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Entre la sombras la encontré, la deseé, busqué su abrazo y lo recibí. Ella era pasión, era diversión, curvas de entretenimiento y el rostro del deseo. De piel morena y ojos oscuros, labios rojos como la sangre y dientes como perlas. La miraba y me regocijaba en su belleza, el deseo me embaucó y le entregué mi vida. Lástima ahora la mía, pues con el corazón roto y los años marchitos, me arrepiento. Me veo atado al sufrimiento, con toda una vida a mis espaldas. Sin nada ya que ganar, muerto en la batalla contra la belleza. Maldigo el día en que le vendí mi alma a ese demonio vestido de mujer, pues no había corazón bajo su pecho. Desengaño fijo el que me esperaba y frustrado me encuentro sin consolación. El día que volví a buscarla, cuando yo la necesitaba y todo lo mío le había ya entregado, me maldijo la arpía con su rechazo, pues ya no había nada de mí que le interesase. Ella no buscaba mi cariño y tarde lo comprendí, pues la mujer puede ser la perdición y el abismo por el que todos caen. Una y otra vez la historia había sucedido, pero, ¿por qué tenía yo que darme por aludido en el dolor? ¿Por qué iba a buscarme a mí la desgracia? Ya nadie está a salvo y es ahora cuando lo comprendo. Ella era mi deseo. Ella era pasión, era diversión, curvas de entretenimiento y el rostro del deseo. Es ahora cuando comprendo que hay algo que ella no era: amor.
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