jueves, 8 de enero de 2009

Sus ojos

Sigo con la historia ^^


Julio nunca estuvo aquí, Julio nunca existió.
Mentira… Todo el mundo lo ha olvidado, pero no estoy loca, sé que él existe, que vivió en Lópezville durante cuatro meses, sé que fue mi amigo y sé porqué se fue. Creo que ése es el quid de la cuestión, Julio se fue porque es peligroso. Porque tenía miedo de hacerme daño… Pero es tarde, ya me lo ha hecho.
Fue en una mañana fría, todos de riguroso color oscuro. La pequeña iglesia a nuestra espalda y un ataúd colmado de tristeza embarcándose en su viaje definitivo. Alguien hablaba y los demás asentían en silencio. Más tarde me sentiría culpable por no atender, pero la muerte de la abuela significaba más para mí que un simple adiós.
Las caras lánguidas de Mateo, Papá, el Señor Pérez suspirando por un amor que nunca vivió, el Señor García allí, quizás por apoyarnos, quizás por obligación… El dicho: “con el tiempo se le coge cariño” parecía haber hecho acto de presencia, a lo largo de su larga vida la abuela consiguió que casi todo el pueblo se sintiese obligado a acudir a su funeral.
Era el primer día que no nevaba en mucho tiempo, y sin embargo nuestra ropa negra contrastaba con la nieve que seguía cubriendo todo con su manto helado. Las voces se callaron y poco a poco algunos depositamos flores, otros tiraron tierra y algunos simplemente dijeron “adiós” tanto con palabras como con la mirada. Papá me cogió del brazo y nos fuimos alejando. Al cabo de un rato alguien llamó la atención de mi padre que se separó un poco de mí y comenzó a hablar de algo que no distinguí. Sola con mis pensamientos noté como una mano se posaba en mi hombro. Era un hombre, no muy alto, te pelo rubio pero repleto de canas, debía de rondar los sesenta. Al principio no reaccioné, pero luego quedé entre confusa y asustada. No lo había visto en mi vida.
-Hola, Silvia.
Me mantuve en silencio con los ojos como platos. Él me miraba con aire triste.
-Sólo quería… decirte que lo siento, siento mucho lo de tu abuela. Sé que la querías.
Jamás había visto a este hombre y sin embargo el parecía conocerme. No podía salir de mi asombro. De pronto y para mayor confusión, él se agachó y me abrazó fuertemente entre sus brazos. Luego, con la mandíbula apretada se separó de mí y salió corriendo.
Silencio.
Mi padre se acerco de nuevo a mí, como si nada hubiese pasado, volvió a agarrarme medio sosteniéndome medio apoyándose él mismo, y nos dirigimos a casa.
A mitad de camino una idea escalofriante me recorre la mente. Sí conocía a ese hombre… o por lo menos a una parte de él. Sus ojos. Ojos negros, ojos tristes y profundos. Los ojos de un conocido, los ojos de un amigo… Los ojos de Julio.