sábado, 29 de diciembre de 2007

El bosque

¡¡Bien!! Esto demuestra que en realidad no tardo tanto en colgar nuevos relatos (en mi caso continuaciones del mismo). Leédlo y ya me contaréis que os parece :) Espero que os guste.



En contra de lo que me esperaba las semanas se pasan volando y aunque el mal tiempo no cambia, consigo sobrellevar el colegio. Alicia sigue saludando y ofreciéndole un sitio a su lado a Julio, él sigue contestando lo mismo, por supuesto de una manera cordial, sin que casi se note la picardía que usa en cada comentario.
Como estoy al día con los deberes este fin de semana por fin podré descansar, me pasaré por la taberna a vigilar y luego…paz y tranquilidad. Hoy llueve un poco, así que cojo el chubasquero y salgo a la calle bajo varias capas de ropa. El frío me golpea la cara y noto como empiezan a arderme los labios a la vez que cierro los ojos sorprendida por la fuerza del viento. El camino no es de lo mejor para la paz y tranquilidad que busco, pero podría ser peor. El fuego está encendido y un par de personas se acurrucan en sus sillas cuando abro la puerta. Mateo me saluda desde la barra y me hace un gesto haciéndome entender que todo está controlado y que puedo estar tranquila. Miro las escaleras que llevan hasta la casa de la abuela en la segunda planta, durante un segundo me planteo subir a buscar a Julio, pero, y aunque ya no estoy enfadada con él, hoy quiero estar sola, me apetece descansar del mundo.
No tengo muy claro hacia donde quiero ir, pero el viento parece elegir por mí, una ráfaga me azota, prácticamente empujándome, y me deja cara a cara con el bosque, esa gran espesura que por la noche se me antoja mágica, y que durante el día parece no existir. Ahora que lo pienso el bosque es como la luna, que te hechiza con su brillo, pero que desaparece al amanecer. Mi abuela Inés me contaba historias sobre el bosque que parecían sacadas de una novela de ciencia-ficción, suele decir que allí hay algo mágico, algo que nadie ha llegado a comprender muy bien. Llevada por la curiosidad avanzo hacia el linde algo dudosa, sin embargo, en cuanto me acerco lo suficiente, el olor a lluvia, a hierva, a…vida, me invade y casi se podría decir que en ese momento ya no tengo elección, el bosque me atrapa y seduce, obligándome a entrar en él.
Camino sin rumbo durante muchísimo tiempo, o al menos a mi me parece que el tiempo pasa. Jamás habría pensado que el bosque fuese así, en cualquier dirección que mire los árboles parecen no acabarse, todo es verde, y puesto que sigue lloviendo me siento como si estuviese dentro de un cuadro precioso sobre el cual han derramado un vaso de agua, todos los colores se difuminan, y hasta yo parezco parte del paisaje. Por primera vez en mucho tiempo me siento… libre.
Justo entonces oigo como cruje una rama a mi espalda, me giro al instante, pero debido a la lluvia y a que ya está atardeciendo no puedo distinguir bien de qué se trata, pero sin embargo… me resulta familiar. La figura emite un gruñido y avanza hacia mí, el miedo me invade y no puedo evitar salir corriendo. Él o ella, o lo que sea que es, me persigue y cada vez lo noto más cerca, corro todo lo que puedo sorteando arbustos, troncos caídos y malezas, además, y para mi desgracia, a causa de la lluvia la tierra está completamente embarrada y resbalo continuamente haciéndome daño en las rodillas y en las palmas de las manos. La inmensidad del bosque que antes me parecía maravillosa ahora se ha convertido en una trampa horrible, que me impide llegar al pueblo. Mi perseguidor se acerca cada vez más hasta que casi puedo oír su respiración agitada tras de mí, apenas retengo las lágrimas de miedo que acuden a mis ojos, las lágrimas me enturbian la vista y tropiezo con una roca, al caer ruedo en bajada golpeándome en la cara y en el cuerpo. Cuando consigo parar noto una sombra sobre mí, me ha atrapado, aquí tumbada y dolorida no tengo escapatoria, levanto la vista casi resignada y veo… nada. No hay absolutamente nada, estoy completamente sola. Me abrazo las rodillas y lloro. Me desahogo y cuando termino me levanto.
Acabo encontrando el pueblo, lo primero que vislumbro a través de las ramas, al igual que lo último que recordaba haber visto, es la taberna, tranquila y en perfecto estado, completamente ajena a mi miedo. Sé que no puedo ir así a casa, si papá me ve, por muy despistado que sea, se dará cuenta de los arañazos, preguntará y se pondrá nervioso, saldrá al bosque a buscar a lo que sea que me persiguiese y si lo encuentra… no puedo ir a casa. Entro en la taberna lo más recta y caminando con toda la normalidad que puedo, saludo a Mateo de refilón sin que él me vea la cara y subo a casa de la abuela, deseando que Julio no esté. Por una vez mis deseos se cumplen y la casa está vacía, voy hacia el baño y allí, ayudándome del botiquín de emergencias de la abuela-que va desde una tirita hasta collarines, muletas y algo que hasta se me antoja parecido a material quirúrgico-voy limpiándome y tapándome las heridas. Una vez he quitado la sangre y las manchas de tierra mis heridas se quedan en arañazos y un par de moratones. Justo cuando estoy terminando de ventarme las heridas de las rodillas oigo el ruido de la puerta y ha alguien acercarse, a los pocos segundos Julio se asoma por la puerta.
Me mira confundido y preocupado, sus ojos recorren mis heridas y se clavan en mis ojos buscando una explicación.

-Me…me he caído- digo adelantándome a su pregunta.

-A menos que te hayas caído delante de un coche no me parece una excusa muy creíble. ¿Qué es lo que te ha pasado, Silvia?

-Yo… yo…- las imágenes acuden a mi mente asustándome y haciéndome recordar el miedo que sentí al creerme al borde de la muerte. No puedo evitarlo y empiezo a llorar. Me deslizo por la pared y me siento en el suelo completamente deshecha en sollozos.

Julio ahora parece más preocupado aún que antes y se acerca a mí.

-Silvia, tranquila… Todo está bien, yo estoy aquí, no voy a dejar que te pase nada malo- se agacha y me rodea con sus brazos, me acuna contra él susurrándome palabras tranquilizadoras a la vez que yo poco a poco me voy recuperándome. Permanecemos así un buen rato, hasta que finalmente ya no me quedan más lágrimas.

Julio me acompaña hasta casa sin estar del todo seguro de que pueda sostenerme en pie, no hace preguntas, y una vez que entro en casa veo como se aleja lentamente de nuevo hacia la taberna.
Cuando estoy sola en mi cuarto, tras haber saludado a mi padre intentando que sólo me viese el lado bueno de la cara, medito con más tranquilidad lo ocurrido, llego a la conclusión de que debe de tratarse de algún animal salvaje. Sin embargo… ¿Por qué me resulta familiar? Mis ojos se dirijen solos hacia la ventana, y entonces es como si una luz se encendiese de pronto en mi cabeza, se trata de la misma somra que merodeaba por mi cuarto la noche antes de mi cumpleaños… se trata de la misma sensación, el mismo temor, los mismos escalofríos…
Pero… ¿qué es?

Continuará...