domingo, 10 de febrero de 2008

Bolas de cristal

Esta vez he tardado bien poco, así que no quiero quejas XD Espero que el tiempo no influya en la calidad y que os guste. Disfrutadlo.

Si antes hacía frío, ahora podríamos decir que hemos vuelto a la Edad de Hielo. Ha comenzado el invierno, y según se acerca la Navidad las lluvias van desapareciendo siendo reemplazadas por fuertes nevadas. Las cuales, poco a poco están convirtiendo Lópezville en una de esas bolas de cristal en las que si las mueves ves caer copos de nieve sobre un pequeño pueblo. Es así como me siento últimamente, como alguien que está dentro de una bola de cristal a la que alguien no para de agitar. No he olvidado que hay algo ahí fuera que, por alguna extraña razón, me vigila, una sombra intangible que últimamente puebla mis pesadillas. Sin embargo, intento no pensar en ello. Después de todo en un pueblo tan pequeño como este si empiezas a decir tonterías es fácil que te conviertan en “la loca del pueblo”. Llevo ya cerca de una semana esperando este día, y por fin ha llegado. Podré descansar de la rutina durante al menos unas semanas, las vacaciones de Navidad son desde luego una de las mejores ideas que ha tenido el ser humano. Se acabó madrugar y salir de casa antes de que haya salido si quiera el Sol (el cual tampoco es que caliente mucho últimamente, pero algo es algo), se acabó soportar las gélidas miradas de Alicia y la indignante ignoración de Alex, aunque tiene mérito lo del chico, ignorar a dos de las cuatro personas con las que pasa la mayor parte del día, no es algo que pueda hacer cualquiera. En fin, se acabó (por ahora).
La abuela nos ha escrito desde, como ella misma lo describe, la endemoniada prisión en la que no la dejan hacer nada, también conocida por el hotel en donde está pasando esas largas vacaciones que le recomendamos. La carta no es más que una gran lista de quejas y órdenes tras las cuales se despide (en mi opinión) de una manera seca y poco cariñosa.
Tras dormir trece horas, las cuales considero un descanso merecido, decido levantarme de la cama y echarle una ojeada al mundo, es decir, a la pequeña miniatura que dispongo de él. Al rato queda claro que al menos en algo me parezco a mi padre, él aún sigue durmiendo. Me doy una ducha larga y me viso lo más abrigadamente que puedo. Salgo de casa en busca del que se está convirtiendo en MI amigo. Al entrar en la taberna veo a Mateo tras la barra. Está bastante mejor desde la última vez que lo ví, Mylord debe de haber mejorado.
-Hola, Mateo. ¿Cómo estás? ¿Y Mylord? He oído que algo lo mordió en el bosque.
Me mira con los ojos cansados, como si hubiese estado muy preocupado últimamente. Finalmente sonríe.
-Está mejor. Fuera lo que fuese lo que le mordió no pudo con él. Es un perro fuerte.
No puedo evitar sonreír yo también, no es que me caiga mal Mylord, pero es que siempre me ha hecho gracia la forma que tienen las personas de hablar de sus mascotas, esa mezcla de orgullo y casi admiración. A veces pienso que lo que necesita la abuela es un perro, así me dejaría un poco más tranquila a mí. Sería interesante verla con alguien a quién cuidar…
-Me alegra saberlo. Oye, ¿has visto a Julio?
-Claro, está fuera ¿no lo has visto al venir? Está con Mylord. Desde luego Georgina hizo bien en traer a ese chico, es una buena persona.
-Eh… Sí, claro, supongo. Bueno, ya nos veremos.
Tal y como ha dicho Mateo ahí está Julio. Salta a la vista que Mylord tiene mucho mejor aspecto, lleva una venda en una de las patas delanteras, y aunque cojea un poco eso no le impide jugar a lo loco con mi amigo. De repente, veo como un montón de pelo negro salta sobre mí y empieza a lamerme la cara. Razón número uno por la cual nunca me han vuelto loca los perros: exceso de babas.
-Ya Mylord, ya. Mylord, por favor, ¡déjame ya!
Causo tal impresión en el perro como se la causaría una mosca, simplemente soy un ruido molesto. Julio se acerca tranquilamente divertido con la escena que debo de ofrecer.
-Mylord, ven- apenas lo susurra, pero allí está el desvergonzado perro, tranquilito y bien sentado a su lado. Segunda razón: No estaría claro quien somete a quien.
-¿Estás bien, Silvia? Te veo un poco…
-¿Babada?
-Sí, se podría decir así- sonríe divertido ante la cara de asco que pongo al intentar limpiarme la cara con la manga de la chaqueta. Me planteo echarme nieve, pero… está demasiado fría.
Julio le rasca inconscientemente la cabeza a Mylord, el cual parece estar realmente a gusto con el masaje.
-¿Vas a ver a tus padres en Navidad?
-No, no creo que puedan venir- es extraño, pero hay algo en su expresión que no es normal mientras lo dice.
-Vaya… Lo siento. Seguro que a ellos les gustaría verte.
-Claro que sí, es que no creo que puedan- la expresión sigue, no sé lo que es, pero no debería de estar ahí. Me pregunto qué será… puede que… sí, es la sonrisa, pese a todo sigue sonriendo, ¿no le importa no ver a sus padres?
-Bueno, ya sabes. Nos tienes a nosotros.
-Sí, y me alegro de ello- me sonríe de esa manera que no sé lo que tiene, pero me… ¡uff!
-Sí… bueno… eso- noto como me pongo roja mientras me mira- ¿Has hecho la tarea de Navidad?- ‹‹ Gran tema de conversación, Silvia…››
-No, la verdad es que no la he empezado, pero es que no me ha dado mucho tiempo, ya sabes, las clases terminaron ayer…
-¡Oh, sí claro! Por supuesto…- ‹‹ Por favor, un viaje sólo de ida al centro de la tierra…››
-Y tú, ¿Qué te cuentas? ¿Vas a hacer algo especial?
Me repongo como puedo, resulta que acabo de descubrir que si no le miro directamente a los ojos no me causa tanto efecto su mirada.
-Nada, supongo. Y no sé si te has dado cuenta, pero por aquí no suele haber muchas sorpresas.
Noto, y digo noto porque he decidido observar mis zapatos, como sonríe a mi costa. Se da la vuelta y va hacia la taberna, cuando ya está casi en la puerta se gira y me mira. Ahora si lo estoy mirando.
-Puede que las cosas cambien, a lo mejor te llevas una sorpresa- Y de nuevo sonríe dejándome en medio de mi pequeña bola de cristal que de repente no para de dar vueltas.


Continuará...